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martes, 12 de enero de 2010

"Plata" en la feria

La noche más fría de octubre llegó hasta la pequeña Plata con luces, música y el sugerente olor a manzanas de caramelo y algodón.

Plata se aproximaba a la feria con ambas manos ocupadas. La derecha agarrada a su madre, cuya diferencia de altura, hacía que esta se encorvara levemente hacia Plata. La otra mano sujetaba al señor oso de peluche, que con un ojo ya medio descosido colgaba cual viejo trapo del brazo de la pequeña.

Su padre también iba a la feria, pero con sendas manos en los bolsillos. A Plata, los adultos siempre le parecían gigantes, pero concretamente su padre parecía el más alto y distante de todos. Este hombre siempre tenía un aspecto tan estirado y frío que se asemejaba a una estatua, con una petrificada mirada de enfado a todas horas.

Según se acercaban a la feria, las luces que pasaban a través de la multitud deslumbraban a Plata y la música de la orquesta zumbaba en sus oídos.


El evento, lleno de luces brillantes, música de feriantes, gigantes danzantes y risas desternillantes era para el pueblo el suceso más exultante.
El vociferante feriante anunciaba rimbombante las extravagantes
atracciones de la feria ambulante.

A Plata, esta feria ambulante se le hacía cuanto menos impactante.


Ella, rodeada de carcajadas, aroma a dulces y luces de colores, no sentía otra cosa que miedo. Un profundo miedo se apoderaba de ella desde su interior aunque a la vista de los dos gigantes acompañantes esto fuera totalmente imperceptible.

Plata no quería estar ahí, cuanto más divertido se suponía que debía ser todo más aislada se sentía. No comprendía como el resto de niños podían disfrutar de un evento tan bizarro y poco agradable. Ni siquiera se atrevía a llorar, por miedo a sentirse aún más aislada.

A pesar de todo, Plata dejo caer por su rostro una sola lágrima que se desprendió lentamente de su ojo izquierdo. Tras secarse el ojo sin soltar al señor oso de peluche ni la mano de su madre, se limpió la mejilla y con una agudeza propia de un ave rapaz, logró distinguir entre los cientos de piernas de gigantes y puestos de feriantes el rostro de un niño de su edad, el cual lloraba a destajo.

Plata quedó paralizada, el ver a ese niño rompiendo esa regla que ella misma se acababa de inventar sintió unas ganas de chillar terribles. Pero sabía que sus chillidos quedarían ahogados entre la multitud y que como mucho, solamente su madre se percataría.

Plata bajó la mirada y agarró al señor oso de peluche más fuerte que antes. Nunca pudo olvidar la mirada de aquel niño llorando en medio de la multitud, por nimia que pudiese parecer. Pero ella, se quedó con ese recuerdo grabado a fuego en su mente, y aunque crezca, Plata no será capaz de olvidarlo.








--La feria es nuestra sociedad, nuestro mundo, y Plata no es más que una persona cualquiera que aspira a más, una idealista que no se puede conformar con las imposiciones de una sociedad, sean morales, culturales, artísticas, intelectuales, legales, ideológicas, religiosas o políticas. A veces, uno simplemente siente y desea romper con todo; y poder marcar su propio camino. Este “relato” está dedicado a todas las personas que se sienten o han sentido así al menos una vez en su vida.--

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